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PORNO FEMINISTA

El cine para adultos ha sido por años el rincón oscuro del cine club y la página escondida de Internet, un espacio pensado, producido y consumido por los hombres. Generalmente, en la pornografía la mujer tiene un rol utilitario, un cuerpo cosificado, listo y dispuesto para entregarle placer al hombre y nada más que al hombre. Sin embargo, un género hasta hace poco secundario ha crecido masivamente en los últimos años, intentando derribar estos estereotipos machistas sin dejar de excitar a sus espectadores. Éste es el auge del porno feminista.

Pongámonos en el lugar de una niña de 12 años. En su cuerpo comienzan a pasar cosas que no consigue identificar, que incluso le cuesta describir. Partes escondidas, que no sabe cómo se llaman y que ni si quiera ha visto, se empiezan a manifestar. En el colegio, ninguna profesora habla del tema, y si lo hace es con palabras extrañas, imágenes con las que puede empatizar. En la casa, su madre está generalmente muy ocupada para escucharla, y si lo hace, ¿cómo se supera la incomodidad al iniciar esa conversación? El computador, en cambio, está siempre encendido, sin juicios y preguntas, esperándola con sus ventanas abiertas para entregarle una respuesta a todas sus dudas. Y una de las primeras respuestas que tiene internet para el sexo es la pornografía.

¿Con qué se encontraría esta niña si le hace clic a un video porno tradicional? Con una mujer muy maquillada, seguramente intervenida quirúrgicamente, que se dispone a entregarle placer a un hombre musculoso, armado con un pene gigante y en una actitud de completa dominancia. ¿De esto se trata el sexo? Para un adulto experimentado, claramente no, pero para una adolescente en búsqueda de su sexualidad es posible que sí. Estos esteriotipos –mujer voluptuosa y sometida, hombre hiperfálico y dominante- se repiten en casi toda la pornografía, y ante la precariedad de nuestra educación sexual escolar y doméstica, funciona como el principal referente a la hora de aprender de sexo.

“La pornografía es la educación sexual de hoy” ha dicho Erika Lust, una directora sueca de cine adulto, radicada en Barcelona. “Y la fuente de inspiración de nuestros hijos es un porno malo, equivocado y machista”.

Nacida en Estocolmo en 1977, Lust esudio Ciencias Políticas en la Universidad de Lund, especializándose en feminismo. En España, ingresó a la escuela de audiovisual, y el 2004, como proyecto de título, debió dirigir un cortometraje. Para hacer algo diferente, y sorprender a sus profesores y compañeros, decidió firmar una película de porno explícito. No tendría a una modelo en tacos dándole sexo oral a un policía para evitar que pasen un parte. Esta historia estaría contada desde el punto de vista de una mujer normal.

“El porno”, para Erika Lust, que también es columnista de sexo en The Huffington Post, “es en realidad un discurso, un reflejo de nuestra sociedad, que habla de masculinidad feminidad y los roles que desempeñamos”. Si hasta ahora la narrativa del cine para adultos ha estado dominada mayormente por el hombre y su idealización del sexo, según ella, es porque el mundo sigue girando alrededor del macho.

El corto, que se llamó The Good Girl, parodia el absurdo de las fantasías pornográficas y cuenta la historia de una mujer normal que, ante la falta de sexo, no aguanta más y se acuesta con el repartidor de pizza. Ya en este primer ensayo, Lust incorpora los elementos que rápidamente la transformarán en una de las mayores referentes del porno hecho por mujeres, también llamado feminista: encuadres más abiertos, en contraste con los primeros planos a las penetraciones; movimientos más reales, diferentes a la gimnástica de las pornostars; y, principalmente, la modificación de los roles sexuales. Ahora, en esta pornografía, la mujer no es un objeto sino un sujeto de placer.
“El papel de la mujer”, dijo Lust en una conferencia TED el año pasado, “es tema de debate en todas partes, menos en la industria porno. Necesitamos a las mujeres tomando decisiones, siendo directoras, productoras y guionistas. Es hora de que el porno cambie”.

REIVINDICACIÓN XXX

Tristan Taormino (44) es una educadora sexual y escritora estadunidense, pero ha cobrado más fama por dirigir y protagonizar sus propias películas de porno feminista. El 2013 coeditó el libro The Feminist Book: the politics of producing pleasure, y el año pasado fue invitada a dar una charla en Harvard sobre el género. Según su propia definición, y que también comparte Erika Lust, ésta es una pornografía que “busca expandir las ideas respecto al deseo, la belleza, el placer el poder mediante representaciones, estéticas y estilos cinematográficos no convencionales. El principal objetivo del porno feminista es empoderar tanto a quienes lo hacen como a quienes lo miran”.

Para Hillary Hiner, historiadora feminista, académica de la UDP y activista de la Coordinadora Feminista en Lucha, esa última frase es cierta. “Ese tipo de pornografía tiene un compromiso con el empoderamiento de la mujer, desde la posibilidad de volverse un agente en la producción como directora productora o actriz, hasta poder representar el poder del cuerpo de la mujer y de la sexualidad femenina”.

Aunque la relación de Hiner con el porno no es muy estrecha “la mayoría es hecha por y para hombres, y como mujer no me es muy atrayente”, sí lo valora como una herramienta de expresión que el feminismo ha sabido incorporar.
“Entre los años 70 y 80 surgió con fuerza la temática de la violencia contra la mujer en los países del norte. Ahí, algunas feministas denunciaban la transformación de la mujer en objeto a través de la pornografía y las repercusiones de ese proceso en la sociedad, como por ejemplo la “rape culture” (cultura de la violación) en Estados Unidos, explica Hillary. Pero en medio de esa oposición apareció Annie Sprinkle, una de las primeras feministas en ser trabajadora sexual, fundadora también del post-porno, un movimiento crítico que apuntaba a “la necesidad de proponer una educación sexual radical”, dice la historiadora, “e integrar el feminismo” a la pornografía y la prostitución.

Abierto ese camino, comienzan a aparecer las primeras directoras y actrices de porno feminista, un género que en los últimos años se ha ganado un espacio en esta colosal industria. Ya cuenta con su propia ceremonia anual de premiación – la Feminist Porn Awards, celebrada desde 2006 en Toronto, Canadá- y aparte de levantar una bandera reivindicadora, se ha transformado en un gran negocio: el año pasado, la productora de Erika Lust –Lust Cinema- facturó cerca de 450.000 Euros (más de 300 millones de pesos).

EQUIDAD EN EL PLACER

Alejandra Pino (33), periodista y documentalista, después de estudiar cine en Suecia volvió a Chile con la idea de filmar una porno. Pero no una cualquiera: una porno para mujeres. “Hasta que me di cuenta que hacer aquí una película para adultos bien hecha, con buena luz, buenos actores y buenas locaciones, era imposible. Nadie la quiere financiar, ni que su nombre esté asociado a ella”. En el intertanto, mientras el guión está esperando ser rodado, realizó Yo veo porno, un experimento documental.

El 2013 hizo un llamado a través de YouTube, pidiéndole a cualquier chileno que lo estuviera viendo que le enviara, en un video de 10 segundos, “qué nos calienta, qué queremos ver, cuáles son los juegos, fetiches y cuerpos que queremos ver y mostrar”. Así, Alejandra decodificaría el gusto pornográfico de este país, armando de paso una película colaborativa, que ya está disponible en yoveoporno.cl.

“La primera porno la vi en mi casa, se la saqué a mi viejo a escondidas cuando tenía 9 ó 10 años”, cuenta Alejandra. Desde ese temprano momento, ha sido una permanente consumidora de pornografía. A los 16, iba al persa Biobío a comprar VHS. Los vendedores la miraban raro. Más de una vez la echaron de un sex shop. “Una niña no puede estar aquí”, le decían, aunque ya era mayor de edad.

Ahora el porno es parte de su trabajo –entre otras cosas, Alejandra es columnista de cine adulto en el programa Dueñas de Nada, de Radio Molécula-, pero ella siempre lo ha mirado para satisfacer la curiosidad y para buscar excitación.Cosa que no siempre encontraba.

Muchas veces el porno no tiene ninguna relación con mi propio placer, y creo que eso le pasa a muchas mujeres”, dice ella. “¿Qué tiene que ver el orgasmo escandaloso de esa pornostar con el mío? ¿Cómo me relaciono y me prendo con eso, que me es tan ajeno?”. Buscando otras variaciones, se encontró con el porno feminista.

Lo que a Alejandra Pino le gusta del porno feminista es que hombres y mujeres están al mismo nivel. “Hay una equidad en el placer”, dice, “se nota que los dos lo están pasando bien. Me encanta que las cámaras no estén metidas entremedio de los cuerpos, sino que los filmen, que se vea que hay celulitis, que hay un poco de guata pero se disfruta igual. Que se vea bonito, y que bonito no sea necesariamente plástico”.

De todas formas, las mujeres siguen siendo un público pornográfico minoritario. Pornhub.com es el portal de videos para adultos más visitado del mundo. El año pasado, más de dos millones de personas entraban cada hora a calmar sus impulsos, y de acuerdo a sus estadísticas, sólo el 20% de esta multitud son mujeres. Eso también lo confirma Magdalena Rivera, médico sexóloga de la Universidad de Santiago. Si bien no hay estudios respecto al consumo de pornografía en Chile, según su experiencia en consulta sigue siendo pequeño el segmento de mujeres que la consumen. Pero de a poco ha ido creciendo.

“En general, su búsqueda pornográfica es mucho más solitaria. No es de juntarse con amigas a ver porno; es sola. Incluso hay mujeres que ven pero no le cuentan a su pareja. Aún persiste este mito de que la mujer no ve pornografía; entonces se siente mucho más culpable y rara”, dice, a pesar que de a poco se nota una apertura. “Algo se refleja en el libro 50 Sombras de Grey, que tiene escenas de sexo explícitas y tú podrías ver a las mujeres leyéndolo en el metro, o comprándolo en la librería sin pudor. Eso muestra un cambio”.

Para Magdalena, la reciente masificación del porno feminista, aunque todavía no tan conocida por sus clientas, les entrega más seguridad a las mujeres que lo consumen, pues muchas veces la pornografía se utiliza, consciente o inconscientemente, como un estándar para medir el desempeño propio. “La duración de los hombres, el tamaño del pene, los tiempos de excitación de las mujeres: si uno va y copia ese guión pornográfico clásico en la actividad sexual, sería muy dañino”, dice Rivera. “A muchas mujeres que no les gustaba el porno clásico, ni siquiera por un tema tan ideológico sino porque no las identificaba. Ver puro mete y saca no tiene que ver con cómo ellas se excitan. En cambio, un porno feminista tiene más que ver con cómo ellas entienden el placer”.

“El empoderamiento de las mujeres no es sólo un tema social, económico o cultural, también es sexual”, agrega Hillary Hiner. “Y poder sentirse dueña de su propio cuerpo, tanto en términos de la salud reproductiva como en términos del deseo y el placer, me parece un componente absolutamente necesario”.

La directora Tristan Taormino, en su definición de porno feminista, detalla que sus intenciones van más allá de las reivindicaciones simbólicas. Lo que pretende es crear una nueva forma de hacer pornografía. “A diferencia de la industria convencional del sexo”, dice ella, “el porno feminista busca crear un ambiente de trabajo justo, seguro, ético y consensuado, creando y produciendo en colaboración con sus trabajadores. En definitiva, la representación sexual –y su producción- son usados como motores de resistencia, intervención social y cambio”.

Entrevista y colaboración de nuestra Dra. Magdalena Rivera.
Fuente: Diario La Segunda, Revista Viernes 20 de marzo de 2015: http://impresa.lasegunda.com/2015/03/20/V

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