Por Evelyn Hormazábal, periodista
Es cierto. En algunas personas, el alcohol desinhibe, les da más personalidad, provoca mayor excitación, además de bajarles la ansiedad y el nerviosismo que provoca un encuentro sexual, sobre todo cuando éste es con un compañero nuevo. Sin embargo, no siempre es así. Cuando las copas se nos pasan, ese anhelado momento de placer puede transformarse en un total desastre, impidiendo, básicamente, que el hombre logre alcanzar la erección y disminuyendo la lubricación en la mujer de manera considerable. Para qué hablar del orgasmo… si para algunos ya es difícil alcanzarlo, con alcohol la cosa se pone aún peor.
En otros aspectos de la sexualidad, la ingesta del alcohol en exceso pasa a un grado mayor de peligrosidad. La ingesta constante puede afectar en la fertilidad, la menstruación, la movilidad de los espermatozoides, repercutir negativamente en el desarrollo de un futuro bebé y disminuir la capacidad del cuerpo para asimilar las vitaminas y el calcio. En casos extremos, el alcohol puede llevarnos a perder la noción de nuestras acciones, haciéndonos blanco perfecto de relaciones sexuales no consentidas o de las cuales después nos podemos arrepentir, además de ser más fácil que olvidemos tomar precauciones tan necesarias como es el uso del preservativo para evitar embarazos no deseados o el contagio de infecciones de trasmisión sexual.
Una copa de vino o una cerveza puede ser un buen aliado para relajarnos un poco y sentirnos más sexys o coquetos frente a la otra persona. El problema es cuando tomamos tanto alcohol que ni siquiera recordamos al día siguiente si lo disfrutamos o no. Si la intención real es gozar de la actividad sexual de manera sana y responsable junto con pasar un momento de placer, nuestra recomendación es tomar de manera moderada. Disfrutar el placer y estar en sintonía con nuestros sentidos, requiere que nuestro cuerpo esté conectado con el momento, y ahí el alcohol no es para nada un buen aliado.
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